Existe en la naturaleza un ejemplo de desarrollo y crecimiento que puede servirnos para pensar nuestra vida y de quienes nos rodean.
El bambú japonés es un caso extraordinario y que nos enseña una importante lección. Cuando un cultivador planta una semilla del árbol, no crece inmediatamente. Ni siquiera crece en las siguientes semanas.
No importa cuánto se lo riegue o abone. El bambú no crecerá ese año. Tampoco en el siguiente. Porque el bambú tarda siete años en salir a la superficie.
El cultivador inexperto pensará que la semilla ha muerto. O que sus cuidados durante las primeras semanas no han sido los adecuados. Pero pensar de esta forma es un error. Porque el bambú necesita de 7 años de cuidados para salir a la superficie.
Durante esos 7 años el bambú genera sus raíces, se carga de la energía necesaria para crecer. Porque después de ese período, el árbol crecerá 30 metros en sólo 6 semanas.
Después de 7 años de preparar el suelo, fortalecer sus raíces y generar todo lo necesario para su crecimiento, el bambú sale a la superficie para mostrarse sano y fuerte.
El bambú no se tomó 6 semanas para crecer. Sino 7 años y 6 semanas. Y el cuidado que le brindaron durante ese tiempo posibilitó que el árbol creciera.
Esta historia nos deja una gran enseñanza y es similar a lo que nos pasa muchas veces en la vida. En general nos apresuramos y nos ponemos ansiosos si no logramos inmediatamente un objetivo. Muchas de nuestras metas, especialmente las más ambiciosas, requieren tiempo y dedicación.
En la vida no todo tiene que florecer a las semanas, a veces las cosas más hermosas pueden nacer después de 7 años.